Ahí venían en el mismo tren, María con su hija Carmencita a quien había recogido de casa de doña Sotera, su mamá, quién la cuida mientras ella trabaja cuidando dos niños; Ileana, estudiante de inglés del centro comunitario de estudios superiores; Pedro, jornalero quién después de una larga espera en una esquina, no logró conseguir trabajo; Hugo dishwasher en un restaurante de hamburguesas; Juan conserje en la Universidad; Carlos quien se dirigía a su turno nocturno para limpiar una escuela primaria; Ruth trabaja en su casa, venía de hacer la compra para preparar la cena a su esposo e hijos; Wilson llevaba apenas tres días y venía de buscar a un primo quien prometió apoyarlo buscándole trabajo en construcción igual que él.
Todas y todos iban a bajar en la estación de Broward Boulevard en el Sur de la Florida para dirigirse cada quien a su casa, después de una cansada jornada, cuando llegó la policía estatal, bloquearon la puerta y empezaron a buscar a la gente chaparrita, morena, ojos achinados oscuros y de pelo liso, características de gente guatemalteca. Sin preguntar mayor cosa, detuvieron a cuanta persona les pareció sospechosa de ser ilegal, según los criterios racistas de la policía y les llevaron.
Ahí venían otras personas de origen latinoamericano, asiático y algunas otras estadounidenses. Nadie dijo nada. Cada quién siguió su camino.
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